María de Francia
(S XII)
Un lay es
un determinado tipo de canción compuesta en el Norte de Europa, principalmente Francia y Alemania, entre el siglo XIII y finales del XIV.
Muchas leyendas
celtas adoptaron la forma del lay, entre ellas la de Tristán e Isolda
Los Lais de María de Francia son
una serie de poemas narrativos cortos escritos en anglo-normando, centrados generalmente en glorificar
conceptos del amor cortesano describiendo las aventuras de un determinado
héroe.
Se sabe muy poco de su autora, María. Fue la
primera poetisa en lengua francesa, y sus obras son una de las primeras
muestras del amor cortés en la literatura.
Los Lais de María de Francia son notables sobre todo por su
celebración del amor, su originalidad y la viveza de sus descripciones, que
constituyen un hito en la literatura de la época. Chevrefoil ("la madreselva"), es una breve composición sobre Tristán e Isolda- mencionan
al Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda, lo
que convierte a María de Francia en precursora de buena parte de la literatura
artúrica posterior, junto con su contemporáneo Chrétien de Troyes.
Tristán e Isolda es una leyenda de la materia de Bretaña, incorporada al ciclo
arturiano, que cuenta la historia de amor entre un joven
llamado Tristán y una princesa irlandesa llamada Isolda. Chrétien de Troyes (hacia 1130 –
hacia 1183) fue un poeta de la corte de Champaña. Se dice que es el primer novelista de Francia y, según
algunos, el padre de la novela occidental.
Los
dos amantes
Sucedió antaño
en Normandía una aventura muy famosa de dos jóvenes que se amaron y murieron
víctimas de su amor. Los bretones los recordaron en un lai que tuvo por
título Los dos amantes.
Fuera de toda duda está que en Neustria, que nosotros llamamos Normandía, hay
una montaña maravillosamente alta. En su cumbre yacen los dos jóvenes. En un
lugar al pie de esta montaña, un rey, señor de los pitrenses, tras haber
reflexionado y con muy buen acuerdo, hizo construir una ciudad. Tomó ésta el
nombre de Pitres, en recuerdo de sus pobladores, y ese nombre se ha conservado
hasta hoy; aún existen la ciudad y las casas. Bien conocemos la comarca que se
llama Valle de Pitres.
El rey tenía una bella hija, doncella muy cortés. No tenía más hijo ni hija.
Fue pretendida por nobles caballeros, que mucho hubieran dado por conseguirla.
Pero el rey no quería entregarla, pues no podía vivir sin ella ni prescindir de
su compañía: día y noche estaba a su lado. La pequeña le consolaba de la
pérdida de la reina. Muchos le criticaban por ello; hasta los suyos se lo
censuraban.
Cuando el rumor adverso se generalizó, al rey le pesó mucho, y sintió gran
tristeza. Comenzó entonces a pensar en cómo podría salir airoso del trance sin
entregar a su hija. Para ello, hizo público en todas partes que quien
pretendiese desposarla habría de cumplir un requisito: era decisión
inquebrantable del monarca que debería llevarla en brazos hasta la cumbre del
monte cercano a la ciudad, sin pararse a tomar aliento.
Cuando la nueva fue conocida y difundida por la comarca, muchísimos lo
intentaron y no obtuvieron nada a cambio. Alguno hubo que, en su esfuerzo,
alcanzó a subirla hasta la mitad del monte, pero no podían llegar más lejos;
les era imposible continuar con su preciosa carga entre los brazos. Largo
tiempo permaneció así la doncella, sin que nadie intentase solicitarla.
En la comarca había un doncel, gentil y bello, hijo de un conde. Se esforzaba
en cosas difíciles, con ánimos de sobresalir. A menudo habitaba en la corte del
rey, y llegó a enamorarse de su hija. Muchas veces le suplicó que lo amase y le
concediese su amor. Como era esforzado y cortés, y el rey lo tenía en gran
estima, ella le otorgó su amor, y él se lo agradeció humildemente. Hablaban
juntos con frecuencia y se querían con lealtad, y hacían lo posible por no ser
descubiertos. Esto último les pesaba sobremanera, pero el joven pensaba que más
valía sufrir estas molestias que precipitarse y echarlo todo a perder. Amarga
era, sin embargo, para él esta situación.
Mas ocurrió que en cierta ocasión llegó el doncel, tan sabio y bello, hasta su
amiga. Le hizo partícipe de sus pesares y, dolorosamente, le pidió que se fuese
con él; no podía resistir más. Si la pedía a su padre, sabía bien que éste la
quería tanto que no se la concedería, a no ser que la subiese antes en brazos
hasta la cumbre de la montaña.
La doncella le respondió:
-Amigo, bien sé que no podríais llevarme, no sois ni mucho menos tan vigoroso.
Si me fuese con vos, mi padre sentiría tanta cólera como dolor, y su vida no
sería sino un martirio. Siento por él un cariño tan grande que no quisiera
enojarlo. Debéis tomar otra decisión, pues de ésta no quiero ni oír hablar.
Tengo una tía en Salerno, mujer rica, de elevadas rentas. Hace más de treinta
años que habita allí. Ha practicado tanto el arte de la física que es muy
experta en medicinas y conoce numerosas hierbas y raíces. Si vos quisieseis ir
a verla, llevarle cartas de mi parte y darle cuenta de vuestra aventura, ella
procuraría poner remedio. Os dará tales electuarios y os proporcionará tales
bebedizos que os reconfortarán por completo y os proveerán de gran vigor.
Cuando volváis a esta región, me solicitaréis a mi padre. Os considerará muy
niño aún, y os dirá lo anunciado: que no me entregará a ningún hombre, si no
lleva a cabo la hazaña de transportarme en brazos hasta el monte sin descansar.
Aceptad esta condición, pues no hay otro remedio.
El doncel escuchó atentamente el consejo de la doncella. Muy alegre está, y
agradecido. Después pide a su amiga licencia para partir, y se encamina hacia
su casa.
Allí se provee a toda prisa de ricos paños y dineros, de caballos y palafrenes.
Consigo se ha llevado a sus hombres más dignos de confianza. Parte, llega a Salerno
y, una vez allí, va a visitar a la tía de su amiga. De su parte le da un
mensaje escrito. Cuando la dama de Salerno lo ha leído de cabo a rabo, lo
retiene a su lado hasta conocer por extenso su situación. Luego, fuerzas le da
con sus medicinas, y le suministra un brebaje tal que jamás estará tan agotado
y abatido que no pueda refrescarse todo el cuerpo, las venas y los huesos, y
que no recobre todo el vigor, tan pronto como lo haya bebido. Él guarda el
bebedizo en un pequeño frasco y se lo lleva a su país.
A su regreso, el doncel, alegre y contento, no se detuvo en sus tierras. Fue
directamente a pedir al rey la mano de su hija: tomaría a ésta en brazos y la
trasladaría hasta la cumbre de la montaña. El rey no le ocultó en modo alguno
que lo tenía por gran locura, porque era demasiado joven. ¡Tantos valientes y
sabios varones lo habían intentado sin conseguirlo! Por fin, le fija un día
para la prueba. Llama a sus hombres y a sus amigos, a cuantos puede encontrar.
De todas partes vienen gentes para ver a la joven y al doncel que ha emprendido
la aventura de llevarla hasta lo alto del monte. La doncella, mientras tanto,
se prepara; se priva de alimentos, ayuna para adelgazar y hacerse más ligera,
con el fin de ayudar a su amigo.
El día señalado, el doncel llegó antes que nadie, y no olvidó el brebaje
mágico. Por su parte, el rey condujo a su hija a la pradera, junto al Sena,
donde una inmensa muchedumbre se había congregado. La doncella no viste sino
una túnica. El joven la coge entre sus brazos y le entrega la botellita con
todo su preciado líquido. Él piensa que no va a traicionarle tan milagrosa
pócima, pero yo temo que le vaya a servir de muy poco, pues no hay en él mesura
alguna.
Parte velozmente con ella, y sube la pendiente hasta la mitad. Por lo alegre
que está de tenerla en sus brazos, no se acuerda del bebedizo. Ella le va
viendo cansado.
-Amigo -dice-, bebed, os lo ruego. Sé bien que os halláis fatigado. ¡Renovad
vuestro vigor!
El doncel le responde:
-Bella, siento mi corazón fuerte como al empezar. Por nada del mundo me
detendré el tiempo necesario para beber, mientras pueda dar tres pasos más. La
multitud nos gritaría, y su clamor acabaría por aturdirme; no tardaría mucho en
verme turbado. Por eso no quiero detenerme.
Cuando llevaban subidos los dos tercios de la pendiente, por poco se caen. La
doncella le ruega sin cesar:
-Amigo, ¡bebe de vuestra medicina!
Pero él no quiere hacerle caso. Con gran angustia continúa la marcha, hasta que
al final llega a la cumbre del monte. Pero tan agotado está que allí cae, para
no levantarse más: el corazón le ha estallado dentro del pecho. La doncella
mira a su amigo, piensa que ha sufrido un desmayo. Se arrodilla a su lado,
intenta darle el brebaje. Pero él ya no podía responderle. Así, tal como os lo
digo, murió. Ella llora a grandes gritos. Después arroja y hace añicos el
frasco que contenía el bebedizo. El líquido se esparce y riega la montaña. Toda
la comarca se tornó fértil. Muchas buenas hierbas crecieron por efecto del
brebaje.
Ahora os hablaré de la doncella. Nunca tuvo un dolor tan grande como la pérdida
de su amigo. A su lado se acuesta, entre sus brazos le retiene y aprieta, de
continuo le besa ojos y boca. El duelo le quebranta el corazón. Y allí murió la
doncella, la que era tan discreta, sabia y hermosa.
El rey y cuantos esperaban, viendo que no volvían, siguen su pista hasta
encontrarlos. A la vista de los cadáveres, el rey cae en tierra, desvanecido.
Cuando puede hablar, muestra signos de gran duelo, igual que todos los demás. Tres
días los dejaron sobre la tierra. Luego buscaron un sarcófago de mármol, y allí
depositaron a ambos jóvenes. El entierro tuvo lugar en la misma cumbre de la
colina. Después, todos volvieron a sus casas.
Por la aventura de los jóvenes recibe la montaña el nombre de «Los dos
amantes». Todo ocurrió como os he dicho. Los bretones hicieron de ello un lai.
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