Margarita de Angulema, llamada
también Margarita de Francia, Margarita de Valois, Margarita
de Alençon, Margarita de Navarra o Margarita de
Orleans (Angulema, Francia, 11 de
abril de 1492 - Odos, Altos Pirineos, 21 de
diciembre de 1549), fue una noble francesa, escritora y humanista. Fue una mujer muy avanzada en su tiempo, hizo de su corte
un brillante centro del humanismo, Como escritora su obra más conocida es
el Heptamerón, siguiendo el modelo del “Decamerón” de Bocaccio pero con la inversión de la situación en el
papel de hombres y mujeres, ya que en la obra de Margarita son las mujeres
quienes ridiculizan a los hombres.
Heptamerón: la reina navarra solo pudo
completar siete jornadas, de ahí el título de “Heptamerón”, a causa de
su muerte.
Habiéndose acostado con su
mujer
Margarita de Navarra
Donde
se habla de un sujeto que habiéndose acostado con su mujer, en lugar de con su
doncella, envío allí a su vecino, que le puso cuernos sin que su mujer supiese
nada
En el condado de Allez había un
hombre llamado Bornet que se había casado con una honrada mujer de bien, cuyo
honor y reputación tenía en gran estima, como creo que ocurre con todos los
maridos aquí presentes con respecto a sus mujeres. Pretendía que su mujer le
fuera fiel, pero no que la ley fuese igual para los dos, y se enamoró de la
doncella, no teniendo más temor que no quisiera aquélla corresponder a su amor.
Tenía este hombre un vecino con quien le unía tal amistad que ya lo habían
compartido todo, excepto la mujer. El nombre de su vecino era Sandras y su
oficio costurero y sillero. Por estos motivos de amistad le confesó los
proyectos que tenía sobre la doncella, el cual no sólo lo encontró bien sino
que quiso ayudar a llevar a buen fin la empresa, esperando tomar parte en el
festín.
La doncella, presionada por todas
partes, y viendo debilitarse sus fuerzas, fue a decírselo a su señora,
rogándole le diese permiso para volver con sus padres, pues no podía vivir en
este tormento. La señora, que quería mucho a su marido y que ya tenía
sospechas, se alegró de haberle ganado esta ventaja y preparó a la doncella:
-Escucha, amiga mía, poco a poco id
confiando a mi marido y dale seguridad de acostaros con él en mi vestidor, y no
olvidéis decirme la noche que va a venir, pero prestad atención para que nadie
sepa nada.
La doncella hizo lo que su señora le
había ordenado y el amo se puso tan contento que fue a decírselo a su
compañero, el cual le rogó le reservase lo que le sobrara. Hizo esta promesa, y
cuando llegó la hora, el señor fue a acostarse con la doncella como él
esperaba. Pero su mujer, que había renunciado a la autoridad y a mandar por el
placer de servir, se puso en lugar de la doncella y recibió a su marido, no
como esposa, sino como joven extrañada, y tan bien lo fingió que su marido no
se dio cuenta. No sabría deciros quién estaba más contento de los dos: si él de
engañar a su mujer o ella de engañar a su marido. Y cuando hubo estado con ella
salió de casa y fue en busca de su amigo, más joven y fuerte que él, y le dijo
haber encontrado la mejor mujer que nunca viera:
-¿Recordáis lo que me habíais
prometido? -dijo su amigo.
-Id pronto -dijo el señor-, no vaya a
suceder que se levante o que mi mujer vaya a darse cuenta.
El amigo fue y encontró la misma
doncella a quien el marido no reconociera. Ella, creyendo que era su marido, no
lo rechazó; de suerte que él prefirió no hablar no fuera a ser descubierto.
Permaneció con ella más tiempo que su marido, y la mujer se maravillaba, pues
no estaba acostumbrada a tales noches. De todos modos tuvo paciencia,
regocijándose sobre la escena que le haría al día siguiente y de la burla que
iba a hacer de él. Hacia el alba el hombre se levantó y al separarse de la
cama, jugueteando, le arrancó un anillo que ella tenía en su dedo y era el que
el marido le diera en sus esponsales. Este anillo es para las mujeres del país
motivo de superstición, y son muy honorables las mujeres que guardan el anillo
hasta la muerte y, por el contrario, si por azar se pierde, la mujer es
despreciada como si se hubiera entregado a otro que no fuera su marido. Ella
sintió contento de que se lo llevase, pensando que sería testimonio seguro del
engaño de que su marido había sido víctima. Cuando el amigo fue a buscar al
marido éste le preguntó:
-¿Y bien?
Respondió el amigo que era de su
misma opinión, y que si no hubiera temido la llegada del día se hubiera quedado
allí. Y así se fueron los dos a descansar. Al día siguiente, al levantarse el
marido, vio el anillo que su amigo llevaba en el dedo, igual completamente al
que él había entregado a su mujer en señal de matrimonio, y le preguntó quién
se lo había dado. Cuando oyó que lo había arrancado del dedo de la doncella se
extrañó mucho y empezó a darse golpes con la cabeza en la pared diciendo:
-¡Ah, Dios mío! ¿Me habré hecho
cornudo a mí mismo sin que mi mujer sepa nada?
Su compañero, para consolarle, le
dijo:
-Puede ser que vuesa mujer le diera
el anillo anoche a la doncella.
El marido corrió a su casa y encontró
a su mujer más bella, más contenta y más radiante que de costumbre, contenta de
haber podido salvar el honor de su camarera y de haber apurado a su marido sin
perder nada más que el sueño de una noche. El marido, al verla de tan buen
talante, pensó:
-Si supiera mi suerte no tendría tan
buena cara.
Y hablando con ella de varias cosas,
la tomó de la mano y notó que no llevaba el anillo, que nunca se quitaba.
Entonces, con voz temblorosa, preguntó:
-¿Qué habéis hecho del anillo?
Pero ella, muy contenta de que él
sacase esa conversación, le dijo:
-¡Oh, el más malvado de todos los
hombres! ¿A quién creéis que se lo habéis quitado? Pensasteis que fue mi
doncella, por cuyo amor habéis malgastado el doble de los bienes que habéis
gastado en mí. Pues la primera vez que habéis venido a acostaros os he juzgado
tan enamorado de ella que era imposible pensar en más. Pero después que
salisteis y volvisteis a entrar parecíais un diablo sin orden ni medida. ¡Oh,
desgraciado! Pensad en la ceguera que os guiaba a alabar mi cuerpo y mis
carnes, de las que venís gozando vos solo durante tanto tiempo sin manifestar
estimarlos. No es, pues, la belleza y las carnes de mi doncella las que os han
hecho gozar placer tan delicioso; es el pecado infame y la horrible
concupiscencia que quema vuestro corazón y que alteran vuestros sentidos hasta
el extremo que por amor a esta doncella os trastornasteis tanto que hubierais
confundido una cabra con sombrero con una joven bella. Hora es, marido mío, de
corregiros y conformaros conmigo, sabiendo que os pertenezco y que soy una
mujer de bien, seguro de que no soy una malvada. Lo que he hecho no ha sido más
que para sacaros de un mal paso, para que a la vejez vivamos en buena amistad y
reposo de conciencia. Pues si queréis continuar con la vida pasada prefiero
separarme de vos que asistir cada día a la ruina de vuestra alma, vuestro
cuerpo y vuestros bienes. Pero si os decidís a abandonar esto y vivir según la
ley de Dios, olvidaré vuestras faltas pasadas como quiero que Dios olvide mi
ingratitud de no amarle como debo.
El pobre marido se sintió
desconcertado y desesperado al ver a su mujer, tan bella, casta y honesta,
abandonada por una que no le amaba, y lo que era peor, haberla hecho mala sin
saberlo ella y hacer partícipe a otro de un placer que no era más que suyo. Por
estas razones se encontró a sí mismo cornudo con burla perpetua. Pero viendo a
su mujer bastante atormentada con el amor que había demostrado a la doncella,
se guardó muy bien de decirle la mala pasada que le había jugado y le pidió
perdón con la promesa de cambiar enteramente su mala vida. Le devolvió su
anillo, que pidiera a su amigo. Pero como todas las cosas dichas al oído son
pregonadas algún tiempo después la verdad fue conocida y le llamaban cornudo,
sin vergüenza para su mujer.
FIN
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