“MANUEL PUIG Y LA MAGIA DEL RELATO”, UN TEXTO DE
RICARDO PIGLIA
https://unidadcinco.files.wordpress.com/2014/06/manuel-puig-y-la-magia-del-relato-piglia.pdf
Una rosa es una
rosa.
La apoteosis de Manuel Puig es el film de Woody Allen La rosa púrpura del Cairo
que es, por supuesto, un homenaje explícito al mundo del narrador argentino.
Esa muchacha sencilla y mal casada, especie de Madame Bovary fascinada por el
cine, es una heroína típica de Puig. Y la historia parece sacada de sus novelas
(si bien Puig es mucho más sutil y alusivo). El cine plagia el mundo de quien
supo encontrar en el cine el modelo mismo de su imaginario.
La educación
sentimental. El gran tema de Puig es el bovarismo. El modo en
que la cultura de masas educa los sentimientos. El cine, el folletín, el
radioteatro, la novela rosa, el psicoanálisis: esa trama de emociones extremas,
de identidades ambiguas, de enigmas y secretos dramáticos, de relaciones de
parentesco exasperadas sirve de molde a la experiencia y define los objetos de
deseo. Puig ha sabido aprovechar las formas narrativas implícitas en ese saber
estereotipado y difuso.
Modos de narrar. Puig ha sabido
encontrar técnicas narrativas en zonas tradicionalmente ajenas a la literatura:
las revistas de modas, la confesión religiosa, las necrológicas se convierten
en modos de narrar que permiten renovar Las formas de la novela. Al mismo
tiempo manejó siempre los procedimientos más intensos del relato (el suspenso,
el escamoteo de las identidades, las revelaciones sorpresivas, las omisiones y
las implicancias oblicuas, el desenlace sorpresivo y brutal) e hizo ver que el
interés narrativo no es contradictorio con las técnicas experimentales. El
collage, la mezcla, la combinación de voces y de registros que rompen con los
estereotipos de la novela tradicional se convierten también en un elemento
clave del suspenso narrativo.
Después de la
vanguardia. Puig fue más allá de la vanguardia; demostró que
la renovación técnica y la experimentación no son contradictorias con las
formas populares. Comprendió de entrada qué era lo importante en Joyce. “Yo lo
que tomé conscientemente de Joyce es esto: hojeé un poco Ulises y vi que era un
libro compuesto con técnicas diferentes. Basta. Eso me gustó.” Por supuesto,
ésa es toda la lección de Joyce, multiplicidad de técnicas y de voces, ruptura
del orden lineal, atomización del narrador. Un escritor no tiene estilo
personal. Escribe en todos los estilos, trabaja todos los registros y los tonos
de la lengua.
Los siete libros. Todo Puig está en
su primera novela. La traición de Rita Hayworth es su obra máxima y una de las
grandes novelas de la literatura argentina. En ese libro Puig encuentra, a la
vez, un mundo narrativo y una técnica. Define lo que podemos llamar “el efecto
Puig”: esa marca que lo hace inimitable (pero fácil de plagiar) y lo distingue
en la literatura contemporánea. Con Boquitas pintadas logra un espectacular
éxito de público, conquista el mercado internacional y se convierte, de hecho,
en el primer novelista profesional de la literatura argentina.
Policías y críticos. Los efectos
contradictorios de ese éxito están narrados en The Buenos Aires affaire , que
es una versión cifrada de las luchas y la competencia que definen el ambiente
literario. La novela debe ser leída en la rica tradición de relatos sobre
artistas y escritores que existen en nuestra literatura (desde El mal metafísico
o Adán Buenosayres a “El aleph”, “El perseguidor”, “Escritor fracasado” o
Aventuras de un novelista atonal). Puig convierte en novela policial la
historia de un artista perseguido por un crítico asesino. La pintora que
trabaja con restos y desechos que recoge en la basura es una transposición
transparente del arte narrativo de Puig, construido con formas y materiales
“degradados” y populares. Esa versión paranoica y sagaz del mundo literario
argentino (con sus alusiones a “Primera plana” y a la lucha por el prestigio y
el reconocimiento) es al mismo tiempo una venganza y una despedida: ese mismo año
Puig abandona la Argentina.
La verdad y la
ficción. En sus cuatro novelas siguientes la voluntad
documental e hiperrealista de Puig se resuelve con una innovación técnica que
lo coloca en la mejor dirección experimental de la narrativa contemporánea. Puig
comienza a usar el grabador y la transcripción de una voz y de una historia
verdadera a la que somete a un complejo proceso de ficcionalización. Valentín
Arregui en El beso de la mujer araña ; Pozzi en Pubis angelical ; Larry en
Maldición eterna a quien lea estas páginas . Son personajes y vidas reales a
las que Puig contrapone una voz ficcional que dialoga y las enfrenta: Molina,
el preso homosexual en El beso; Ana, la muchacha que se muere de cáncer en
Pubis; el viejo enfermo y paralítico en Maldición. Ese contraste (exasperado
hasta el límite en la magnífica Maldición eterna, la mejor novela de Puig desde
La traición) crea un extraño desplazamiento: Puig ficcionaliza lo testimonial y
borra sus huellas.
Un crimen. El crimen que se
narra en Boquitas pintadas condensa bien el mundo narrativo de Puig. En esa
muerte y en el desplazamiento de las culpas se tejen, más nítidamente que en
toda la novela, las relaciones jerárquicas que sustentan la intriga y los
elementos melodramáticos que acompañan un mundo de rígidas diferencias
sociales. La malvada de buena familia, la sirvienta engañada, el cabecita
negra, la niña bien, la madre soltera, el policía ambicioso: las figuras del
folletín están en primer plano, aunque el crimen no ocupe el centro de la
novela. Se ve por otro lado allí un aspecto de Boquitas que a menudo ha estado
disimulado por la lectura “paródica” del texto: las relaciones de violencia y
engaño que definen la trama social y que Puig ha ido poniendo cada vez más en
la superficie de su mundo narrativo.
………………..
ADELANTO EDITORIAL
https://www.elconfidencial.com/cultura/2018-11-14/manuel-puig-manuel-guedan-literatura-max-factor_1643723/
Un libro de Manuel Guedán, 'Literatura Max
factor: Manuel Puig y los escritores corruptos latinoamericanos' (Punto de
vista, 2018), reivindica la figura del autor de 'Boquitas pintadas',
marginado del boom latinoamericano por su homosexualidad y su apoliticismo.
Adelantamos aquí uno de sus capítulos
Manuel Puig
Por
Manuel Guedán
14/11/2018
Difícilmente puede
considerarse que Manuel Puig formaba parte de aquel núcleo de
escritores cuya sombra se prolongó durante décadas, si bien la
crítica anduvo a vueltas con si pertenecía al boom, al postboom o a
alguna otra periferia. En 1956, con 24 años, Puig se instaló en Roma con una
beca para estudiar dirección en el Centro Sperimentale di Cinematrografia. En
1963 se mudó a Nueva York, donde trabajó para Air France. De allí se llevó unas
líneas en forma de guion de cine que recogían las voces que había escuchado durante
su infancia en General Villegas, pero el proyecto original acabó por
convertirse en su primera novela, 'La traición de Rita Hayworth'.
Un desvío, el de
guionista frustrado a novelista por accidente, que cobraría un gran
peso simbólico en su trayectoria. Desde Estados Unidos, y aprovechando sus
constantes viajes, empezó a mover la publicación del manuscrito que había
terminado. Ese mismo año quedó finalista del premio Biblioteca Breve, pero la
obra no vería la luz hasta 1969, cuando él ya había regresado a Buenos Aires.
Puig, como se deduce de estos hechos, estuvo alejado de Latinoamérica durante
el tiempo en que se forjaron las relaciones personales y afinidades políticas
entre los miembros del boom y en los años de la eclosión mediática del grupo, así
como durante la Revolución cubana, hecho capital para aquella
generación.
[Adelantamos aquí
por su relevancia uno de los capítulos de 'Literatura Max factor: Manuel Puig y
los escritores corruptos latinoamericanos' (Punto de vista, 2018), del ensayista
y escritor Manuel Guedán]
Puig se formó antes en las salas de cine que en las
bibliotecas, lo que terminó de acrecentar la distancia con
respecto al grupo de escritores. Con una formación cultural menos aristocrática
y rígida —interesado en el pop art y devoto del cine clásico de Hollywood, la
música popular, los radioteatros y la televisión—, Puig fundó el mito del
escritor que procede de fuera de la literatura. Y la ciudad letrada no tardó en
declararse amenazada y pasar al ataque.
'Literatura Max Factor'
En sus cartas y entrevistas Puig jugaba a ser el
'enfant terrible' que no por ello ha perdido su ingenuidad, y se
mostraba ajeno al potencial provocador de sus declaraciones. A través de sus
declaraciones fue construyendo un heterodoxo panteón literario donde convivían
los nombres de la alta cultura reducidos a pequeños rasgos, con figuras kitsch.
Decía sentirse muy atraído por Kafka y Faulkner, aunque se apresuraba a
matizar, "no es que los haya leído exhaustiva ni apasionadamente"
(Corbatta 2009: 241). A Joyce lo cogía con pinzas: "Yo lo que tomé
conscientemente de Joyce es esto: hojeé un poco Ulises y vi que era un libro
compuesto con técnicas diferentes. Basta. Eso me gustó"
(Piglia 1993: 115).
En una entrevista Puig confiesa que le gustaría
escribir para la televisión por sus "alcances incalculables" y
da cuenta de cómo la cultura audiovisual ha modelado el sistema de valores:
"Se pierde mucho tiempo leyendo. ¿Para
qué leer? Mejor es vivir, disfrutar de la vida. (…) La vida de por sí
es complicada, no le busques más complicaciones. Ocurre que soy perezoso, un
típico haragán que quiere que le hagan las cosas. Leo a veces, cuando tengo
ganas, biografías, un poco de historia, pero más leo historietas o veo
dibujitos animados… Tom y Jerry, Donald o la Pantera rosa. O si no miro
teleteatros, otra de mis grandes pasiones. (…) Se aprende mucho mirando
teleteatros". (Almada Roche 1992: 50)
Víctimas de la homofobia
De la literatura latinoamericana de su época salva
a aquellos que, como él, habían sido víctimas de la homofobia: los
cubanos José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante y Severo Sarduy (Romero
84). Además, añade, "admiro mucho a Octavio Paz, como poeta y ensayista.
Hay en el Museo de Arte Moderno de México un poema plástico de él, que se lee
caminando, escrito con letras luminosas en un cuarto oscuro, y es el
experimento reciente más fascinante que he visto". Acepta dar un gran
nombre latinoamericano, pero inmediatamente destaca de él un detalle
absolutamente menor de su producción y, claro, anti literario.
En las cartas a su familia declara su
desinterés por la poesía: "Veo que el mundo de la literatura está
lleno de bluffs. (...) Otro conocido de Barcelona, Pedro Gimferrer, crítico y
poeta, me regaló en el último viaje su último libro de poemas, y me parece que
vale mucho pero qué género fue a buscar, me parece que la poesía no se presta
para expresar las cuestiones del presente" (2006: 96).
Manuel Puig - 'Boquitas pintadas'
Dentro de la tradición argentina, apreciaba el
trabajo de reciclaje de materiales que hacía Roberto Arlt. Tras leer
'Aguafuertes porteños', escribe: "Bueno, me resultó utilísimo porque hace
un uso especial del lunfardo desastroso porque se complace en eso y hace uso y
abuso. Me vino muy bien porque tenía mis dudas sobre eso y me decidí a corregir
unas cuantas expresiones" (Puig 2006: 94). Tanto Puig como Arlt, en la
línea de Bourdieu, pusieron de manifiesto las implicaciones sociales del gusto,
desmintiendo las visiones ingenuas o falsarias que lo reducían
a una cuestión meramente estética, olvidando su fuerza como estratificador
social.
Esta misma cuestión, que le permitía a Puig establecer
alianzas con otras figuras periféricas del sistema cultural argentino, es la
que le llevaba a distanciarse de Borges; si bien decía admirarle
porque era "elitista y depurado", añadía: "él habla pestes de
mí, él tiene un gusto por la elegancia que yo no comparto, a mí me apasiona el
mal gusto. Él no me ha leído, porque se quedó nada más en el título de mis
novelas. Títulos que considera horrendos". Según Cabrera Infante, Borges
habría afirmado que 'Boquitas pintadas' era "un libro de Max Factor"
(2001). Aunque cabe dudar de la afirmación, pues muchos artículos y libros se
han hecho eco de Cabrera, pero nadie cita la supuesta entrevista donde Borges
lo dijo, la etiqueta es igualmente certera para resumir el desagrado
que sentía el establishment literario de la época frente una
literatura que se centraba en personajes femeninos, daba voz a las clases bajas
y, aún más, se dejaba abrazaba sus mismos referentes culturales.
Cortázar calificó a Puig de "lector
femenino" (Amiano 2009), mientras este, por su lado, escribía: "Saqué
de la biblioteca ‘La Rayuela’ de Cortázar, bastante simpática pero medio
pobretona. Al principio me gustaba mucho pero después entra a repetirse y chau.
Tiene menos escrúpulos que yo, que tengo terror a repetir los
trucos, la nueva novela es novedad tras novedad" (2006: 253).
Las deliberaciones de los jurados en dos premios a
los que Puig concurrió dan buena cuenta del rechazo que despertaba entre la
mayoría de sus colegas. En 1965, en el premio Biblioteca Breve de Seix
Barral, galardón simbólico por su capacidad para consagrar a varios autores
latinoamericanos de entonces, 'La traición de Rita Hayworth' empató en la ronda
final de votaciones con 'Últimas tardes con Teresa', de Juan Marsé. La
discusión sobre quién debía llevarse el galardón fue bastante tensa:
Luis Goytisolo apostó por 'La traición de Rita Hayworth', mientras que Vargas
Llosa se opuso tajantemente, al considerar que la obra era poco literaria y que
su autor escribía "como Corín Tellado" (M. Sotelo 2005: 399). Mucho
tiempo después, en una reseña sobre la biografía de Puig que publicaba Suzanne
Jill-Levine, el Nobel peruano tendría ocasión de detallar los motivos
de su rechazo a la obra del argentino:
"Sin embargo, reconocidos estos méritos, me
pregunto si, como Suzanne Jill-Levine y otros críticos piensan, la obra de
Manuel Puig tiene la trascendencia revolucionaria que le atribuyen.
Yo me temo que no, que ella sea más ingeniosa y brillante que profunda, más
artificiosa que innovadora y demasiado subordinada a las modas y mitos de la
época en que se escribió como para alcanzar la permanencia de las grandes obras
literarias, la de un Borges o la de un Faulkner por ejemplo. (…) Tal vez, por
sus características, sea la suya la obra más representativa de lo que se ha
llamado la literatura light, emblemática de nuestra época. Una
literatura liviana, ligera, risueña, que renuncia a todo otro propósito que el
de divertir. Que desdeña, como jactanciosa y estúpida, la pretensión de
aquellos polígrafos que creían que escribiendo se podía cambiar el mundo,
revolucionar la vida, trastrocar los valores, enseñar a sentir o a
vivir. (Vargas Llosa 2001).
En la pugna del Biblioteca Breve, ante la
vehemencia de Vargas Llosa, Goytisolo acabó por retirarse del jurado para
desbloquear la situación. La ausencia de estilo fue lo que aduciría también
Juan Carlos Onetti para negarle a 'Boquitas pintadas' el premio de la revista
Primera Plana; Onetti dijo que sabía cómo hablaban sus personajes y cómo
escribían cartas pero que, en cambio, no sabía cómo escribía Puig, cómo era
"su estilo" (Prieto 2006: 412). El hecho de que la voz autoral se
diluyera en los personajes, que no hubiera un fraseo reconocible como el de
Faulkner o Borges —es harto significativa la selección de nombres—, incomodaba
profundamente a quienes demostraron tener una visión restrictiva y
caduca de la noción de estilo, amparada fundamentalmente en la autoridad, lo
distintivo y lo exclusivo, valores puntales de la modernidad y que empezaban ya
a declinar. No es casual que esta apuesta, que Puig desarrolló a lo largo de su
obra, vinculándola a la capacidad de registro y anulación de la voz propia que
le permitía el uso de la grabadora, fuera la que, a través de nuevos
dispositivos tecnológicos, retomaran Alberto Fuguet, Alejandro López y
tantos otros.
https://cms.elconfidencial.com/front/list/Manuel%20Puig
En 1972 la estudiosa Ángela Dellepiane hizo un
balance de los últimos diez años de literatura argentina del que excluiría a
Puig porque, según ella, "sus libros son sabrosos, emotivos,
humorísticos, desiguales en su construcción novelesca. De allí a
que sean literatura..." (Prieto 2006: 412). Como se ve en estos extractos
la idea recurrente en toda crítica a la literatura de Puig es la exclusión, una
exclusión merecida por su incomprensión y su desconocimiento de lo literario
que, en boca de sus detractores —en realidad expedidores de carnés—, se invoca
con tintes esencialistas. Alberto Giordano escribió sobre esta cuestión, pero
de un modo que dejaba en evidencia la visión aristocrática, celosa y
apocalíptica de todos los citados: sostiene que el escritor argentino
en sus comienzos no tenía una competencia literaria ni un conocimiento de los
problemas específicos, pero aclara:
"Por falta de competencia literaria no entendemos
falta de lecturas, sino más bien falta de modos literarios de leer
literatura. (...) Puig, que había leído —fundamentalmente en su
adolescencia— mucha más literatura de lo que solía confesar, y que tenía con
las obras literarias una relación menos caprichosa de la que a veces le gustaba
exhibir, carecía, de todos modos, de una perspectiva para evaluar, como lector,
los problemas institucionales de la literatura". (2001: 74)
Puig, por su parte, también se desquitaba y
aprovechaba las ocasiones que tenía para seguir irritando al
establishment, ya fuera con rencor —en una carta se refería así a los
anteriores ganadores del premio: "las momias de Onetti y Jorge
Amado", (2006: 338)— o con humor, como aquella vez que le contaba a Tomás
Eloy Martínez: "'Soy una mujer que sufre mucho', me dijo. 'Si pudiera,
cambiaría todo lo que voy a escribir en la vida por la felicidad de esperar a
mi hombre en el zaguán de la casa, con los rulos hechos, bien maquillada y con
la comida lista. Mi sueño es un amor puro, pero ya ves, estoy condenada
a los amores impuros'" (1997). Aunque su estocada más divertida fue
aquella postal de navidad que envió a Cabrera Infante, en la que identificaba a
cada escritor con una actriz de Hollywood (y que Fuguet citará en su novela
'Sudor'):
1) Norma Shearer (Borges) ¡Tan refinada!
2) Joan Crawford (Carpentier) ¡Tan fiera y
esquinada!
3) Greta Garbo (Asturias) ¡Todo lo que tienen en
común es ese Nobel!
4) Jeanette MacDonald (Marechal) ¡Tan lírica y
aburrida!
5) Luise Rainer (Onetti) ¡Tan, tan triste!
6) Hedy Lamarr (Cortázar) Bella pero fría y remota.
7) Greer Garson (Rulfo) ¡Oh, qué cálida!
8) Lana Turner (Lezama) Tiene rizos por todas
partes.
9) Vivien Leigh (Sábato) Temperamental y enferma,
enferma.
10) Ava Gardner (Fuentes) El glamour la rodea, pero
¿puede actuar?
11) Esther Williams (Vargas Llosa) Tan disciplinada
(y aburrida).
12) Deborah Kerr (Donoso) Nunca consiguió un Oscar
pero espera, espera.
13) Liz Taylor (García Márquez) Bella pero con las
patas cortas.
14) Kay Kendall (Cabrera Infante) Vivaz, ingeniosa
y con glamour. Espero grandes cosas de ella.
15) Vanessa Redgrave (Sarduy) ¡Es divina!
16) Julie Christie (Puig) Una gran actriz pero al
encontrar el hombre de sus sueños (Warren Beatty) no actúa más. Su suerte en el
amor ¡es la envidia de todas las estrellas de la Metro!
17) Connie Francis (Néstor Sánchez) Los contratos
de la Metro no admiten a estrellitas de menos de treinta años firmar contratos.
18) Paula Prentiss (Gustavo Sainz) ¡No más
estrellitas de menos de treinta!!! (Goldchluk 2012: 340)
En otra de sus cartas se queja de que la revista
"Nuevo Mundo le hace el caldo gordo al asqueroso Vargas Llosa (...) Muerte
a todos los barralistas". Puig se había sentido maltratado por Barral, no
solo por quedar finalista en el premio, sino por las complicaciones ulteriores
para publicar su novela, que tendría que esperar hasta 1971 —antes fue
publicada en Francia y Suramérica— para formar parte del catálogo de la
editorial. Así se explica la dureza con la que carga contra el
canon del editor:
"Haciendo un gran esfuerzo estoy leyendo
(sacados de la Biblioteca Municipal de la calle 53, frente al Museo de Arte
Moderno) a todos los autores de habla hispana que están tallando en el momento,
sobre todo los que gozan de la aprobación de Carlos Barral. Y la verdad es que
el cuadro me está resultando de una pobreza terrible, sobre todo
después de leer el chatísimo 'Siglo de las luces' de Alejo Carpentier, un
cubano que en París han llevado a la cumbre, y es NADA (sic.). Después de leer
tantos autores veo que esa novela de Sábato que tanto me pudrió, tiene por lo
menos el mérito de intentar nuevas formas. Y ese mérito sí que lo tengo yo,
estoy siempre ensayando con algún procedimiento nuevo de narración".
(Puig 2006: 242)
Uno de los motivos de que Puig fuera excluido de
determinados círculos, y quizás el que más lo enervaba, era su supuesto
carácter apolítico. Para Puig, ese había sido el auténtico motivo de su
derrota en el Biblioteca Breve, un premio tradicionalmente sensible a novelas
más marxistas que la suya. La izquierda latinoamericana le acusaba de promover
la recepción lúdica del "arte de los medios" (Santos 2001: 32), sin
atender a sus condiciones de producción, y le reprocharon que utilizara películas
yanquis y tangos, que por aquel entonces era considerado un género
"anacional". Aquellas voces no supieron leer el contenido ideológico
de novelas como 'The Buenos Aires affair', 'El beso de la mujer araña' o 'Pubis
angelical', ni simpatizaban con su manera de entender la relación entre arte y
política. Puig les respondía así:
'El beso de la mujer araña'
"Creo que en un momento los integrantes del
boom creyeron que la literatura podría tener un papel muy activo político y en
efecto creo que formaron parte de todo este fermento que hubo de izquierda, muy
alentador, pero con el paso de los años han sucedido cosas terribles en
Latinoamérica como la pérdida de Chile, por ejemplo. Personalmente creo que la
literatura puede aportar algo socialmente, pero creo que es un aporte
muy modesto, porque nuestras obras van ya a un público muy preparado".
(Romero 2006: 101-102)
Incluso dejando de lado la cuestión 'queer',
que asumimos que no entraba dentro de lo político para la mayor parte de la
izquierda de la época, cuesta pensar que el componente marxista de 'Boquitas
pintadas', arraigado en lo más profundo del habla de los personajes, la
descripción del poder en términos foucaultianos que se hace en 'The Buenos
Aires affaire' o el retrato del exilio de 'Maldición eterna' a quien lea estas
páginas pasaran por alto a sus detractores. Otra cosa es que cayera mal el
análisis de las contradicciones y miserias del militante que Puig hacía en 'El
beso de la mujer araña'. En cualquier caso, hay que entender que, cuando se
acusa a Puig de ser un escritor apolítico es únicamente porque se está
aplicando la noción de política en el sentido que le dio la
modernidad: atenta fundamentalmente a los acontecimientos históricos, los
bloques ideológicos y los grandes relatos.
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