jueves, 29 de abril de 2021

GUSTAVE FLAUBERT (1821-1880)

 

PROLOGO DE J.L. BORGES  AL LIBRO:  Las Tentaciones De San Antonio de Gustave Flaubert

Gustave Flaubert (1821-1880) puso toda su fe en el ejercicio de la literatura. Incurrió en lo que Whitehead llamaría la falacia del diccionario perfecto; creyó que para cada cosa de este intrincado mundo preexiste una palabra justa, le mot juste, y que el deber del escritor es acertar con ella. Creyó haber comprobado que esa palabra es invariablemente la más eufónica. Se negó a apresurar su pluma; no hay una línea de su obra que no haya sido vigilada y limada. Buscó y logró la probidad y no pocas veces la inspiración. "La prosa ha nacido ayer", escribió. "El verso es por excelencia la forma de las literaturas antiguas. Las combinaciones de la métrica se han agotado; no así las de la prosa." Y en otro lugar: "La novela espera a su Homero". De los muchos libros de Flaubert, el más raro es Las tentaciones de San Antonio. Una antigua pieza de títeres, un cuadro de Peter Breughel, el Caín de Byron y el Fausto de Goethe fueron su inspiración. En 1849, al cabo de un año y medio de trabajo tenaz, Flaubert convocó a Bouilhet y Du Camp, sus amigos íntimos, y les leyó con entusiasmo el vasto manuscrito, que constaba de más de quinientas páginas. Cuatro días duró la lectura en voz alta. El dictamen fue inapelable: arrojar el libro a las llamas y tratar de olvidarlo. Le aconsejaron que buscara un tema pedestre, que excluyera el lirismo. Flaubert, resignado, escribió Madame Bovary, que apareció en 1857. En cuanto al manuscrito, la sentencia de muerte no fue acatada. Flaubert lo corrigió y lo abrevió. En 1874, lo dio a la imprenta. Este libro está escrito con indicaciones escénicas, como si fuera un drama. Felizmente para nosotros prescinde de los excesivos escrúpulos que limitan y perjudican toda la obra ulterior. La fantasmagoría comprende el tercer siglo de la era cristiana y, al fin, el siglo XIX. San Antonio es también Gustave Flaubert. En las arrebatadas y espléndidas páginas terminales el monje quiere ser el universo, como Brahma o Walt Whitman. Albert Thibaudet ha escrito que Las tentaciones es una colosal "flor del mal". ¿Qué no hubiera dicho Flaubert de esa temeraria y torpe metáfora?

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GUSTAVE FLAUBERT

LAS TENTACIONES DE SAN ANTONIO

CAPITULO VI

El Diablo vuela con San Antonio encima, con el cuerpo estirado como el de un nadador. Sus dos alas, completamente abiertas, lo ocultan por entero como si se tratara de una nube.

ANTONIO

¿Adónde voy?

Antes me pareció vislumbrar la forma del Maldito. ¡No! Es una nube la que me lleva. ¿Acaso estoy muerto y subo hacia Dios?

¡Ah, qué bien se respira! El aire inmaculado me satura el alma. ¡Me siento ingrávido! ¡Se acabaron los sufrimientos!

Por debajo de mí se ven relámpagos, el horizonte se ensancha y hay ríos que se entrecruzan. Aquella mancha rubia es el desierto y aquel charco de agua, el Océano.

Ya aparecen otros océanos e inmensas regiones que yo no conocía. Allí están los países negros echando humo como si fueran hogueras, y la zona de las nieves, siempre oscurecida por la niebla. Voy a intentar situar las montañas por donde cada noche se pone el sol.

EL DIABLO

¡El sol no se pone jamás!

Antonio se sorprende al oír aquella voz. Le parece un eco de su pensamiento, una respuesta de su memoria.

Entretanto, la tierra va adquiriendo la forma de una bola, y él la percibe en medio del firmamento, dando vueltas sobre sí misma y alrededor del sol.

EL DIABLO

¿No ves como la tierra no es el centro del mundo? ¡Orgullo del hombre, humíllate!

ANTONIO

Apenas si la distingo, ahora. Se confunde con los demás fuegos.

El firmamento no es más que un tejido de estrellas.

El Diablo y Antonio siguen ascendiendo.

¡No se oye ruido alguno! ¡Ni siquiera el graznido de las águilas! ¡Nada!... Voy a asomarme para escuchar la armonía de los planetas...

EL DIABLO

¡No podrás oírlos! Ni tampoco verás el antíctono [planeta imaginario citado por Platón] de Platón, ni el foco de Filolao, ni las esferas de Aristóteles, ni los siete cielos de los judíos con las grandes aguas sobre la bóveda de cristal!

ANTONIO

Desde abajo, parecía tan sólida como un muro, pero, por el contrario, yo paso a través de ella. ¡Me hundo en ella!

Y llegan ante la luna, que parece un pedazo de hielo redondo, lleno de una luz inmóvil.

EL DIABLO

Antaño era la mansión de la almas. El buen Pitágoras incluso la adornó con pájaros y magníficas flores.

ANTONIO

En ella sólo veo llanos desolados y cráteres apagados bajo un cielo todo negro.

¡Vayamos hacia esos tres astros de resplandor más suave, para contemplar a los ángeles que los sostienen en vilo como si fueran antorchas!

EL DIABLO lo lleva hasta las estrellas

Se atraen y se repelen a un mismo tiempo. La acción de cada una de ellas es la resultante del movimiento de las demás y a ello contribuye, sin mediación de auxiliar alguno, la fuerza de una ley, la única virtud del orden.

ANTONIO

¡Sí, sí! ¡Mi inteligencia consigue abarcar todo eso! Y esto me produce un goce superior a los placeres de la ternura. ¡Me quedo sin aliento, estupefacto ante la inmensidad de Dios!

EL DIABLO

Como el firmamento que se va elevando a medida que tú subes, así crecerá él con la ascensión de tu pensamiento. Y sentirás aumentar tu gozo después de este descubrimiento del mundo, de este ensanchamiento del infinito.

ANTONIO

¡Volemos más alto! ¡Más alto aún! ¡Sin parar!

Los astros se multiplican, centellean. La Vía Láctea extiende por el cenit una especie de inmenso cinturón, con algún agujero de cuando en cuando. En aquellos huecos que deja su claridad, se ven espacios de tinieblas. Hay lluvias de estrellas, regueros de polvo de oro, vapores luminosos que flotan y se disuelven.

En ocasiones pasa de repente un cometa y luego vuelve a reinar la tranquilidad de las innumerables luces.

Antonio, con los brazos abiertos, se apoya en los dos cuernos del diablo, ocupando así toda su envergadura.

Recuerda con desdén su ignorancia de los días pasados, la mediocridad de sus sueños. ¡Ahora tiene allí, junto a él, esos globos luminosos que desde abajo contemplaba! Distingue el entrecruzamiento de sus trayectorias, la complejidad de sus direcciones. Los ve llegar desde lejos y, suspendidos como piedras de una honda, describir sus órbitas, prolongar sus hipérboles.

¡Con una sola mirada abarca la Cruz del Sur y la Osa Mayor, el Lince y el Centauro, la Nebulosa de la Dorada, los seis soles de la constelación de Orión, Júpiter con sus cuatro satélites y el triple anillo del monstruoso Saturno! ¡Todos los planetas, todos los astros que más tarde descubrirán los hombres! Se llena los ojos con sus luces y carga su pensamiento con el cálculo de sus distancias. Luego agacha la cabeza.

¿Cuál es la finalidad de todo esto?

EL DIABLO

¡No existe finalidad! ¿Cómo iba a tener Dios una finalidad? ¿Qué experiencia podría instruirlo, qué reflexión determinarlo?

Antes del principio él no hubiera actuado y ahora sería inútil.

ANTONIO

No obstante, Él creó el mundo de una sola vez, por el poder de su palabra.

EL DIABLO

Pero los seres que pueblan la tierra van llegando a ella sucesivamente. Y en el cielo van surgiendo igualmente nuevos astros, efectos diferentes de causas varias.

ANTONIO

¡La variedad de las causas es la voluntad de Dios!

EL DIABLO

¡Pero admitir en Dios varios actos de voluntad es admitir varias causas y destruir su unidad!

Su voluntad no puede separarse de su esencia. Él no ha podido tener otra voluntad al no tener otra esencia. Y puesto que existe eternamente, obra asimismo eternamente.

¡Contempla el sol! De sus bordes escapan altas llamas que sueltan chispas, y éstas se dispersan para convertirse en mundos; y más allá de la última de ellas, allende esas profundidades en las que sólo percibes tú la noche, hay otros soles que giran, y detrás de éstos, otros y otros más, indefinidamente...

ANTONIO

¡Basta, basta! ¡Me da miedo! ¡Voy a caerme al abismo!

EL DIABLO se detiene y, meciéndolo suavemente, le dice:

¡La nada no existe! ¡El vacío no existe! Por todas partes hay cuerpos que se mueven sobre el fondo inmutable de la Inmensidad; y como si algo pudiera limitarla ya no sería la inmensidad sino un cuerpo, no conoce límites.

ANTONIO, boquiabierto

¡No conoce límites!

EL DIABLO

¡Aunque subas al cielo y sigas subiendo, subiendo sin parar, jamás alcanzarás el final! Aunque desciendas bajo la tierra durante millones y millones de siglos, jamás llegarás al fondo, puesto que no hay fondo, ni final , ni alto, ni bajo, ni término alguno, ¡y la Inmensidad se halla comprendida en Dios que no es una porción del espacio, de tal o cual tamaño, sino la propia Inmensidad!

ANTONIO pregunta lentamente

Entonces... la materia... ¿forma parte de Dios?

EL DIABLO

¿Y por qué no? ¿Puedes tú saber dónde él acaba?

ANTONIO

¡Me prosterno, al contrario, me humillo ante su poder!

EL DIABLO

¡Y pretendes ablandarlo con tus oraciones! Tú le hablas, lo adornas incluso con virtudes como la bondad, la justicia y la clemencia, en lugar de reconocer que posee todas las perfecciones.

Concebir algo más allá es concebir a Dios más allá de Dios mismo, el ser por encima del ser. Él es, pues, el Ser único, la única sustancia.

Si la Sustancia pudiera dividirse perdería su naturaleza y ya no sería la misma, Dios no existiría. Él es, pues, indivisible igual que el infinito: y si tuviese un cuerpo, este cuerpo estaría compuesto de partes, con lo cual ya no sería uno, no sería ya infinito. ¡Por tanto, no puede ser una persona!

ANTONIO

En ese caso, mis oraciones, mis sollozos, los padecimientos de mi carne, los arrebatos de mi pasión, todo eso estaría encaminado hacia una mentira... al espacio... de manera inútil... ¡Como el grito de un pájaro, como un torbellino de hojas secas!

Se echa a llorar.

¡Oh, no! Por encima de todo eso hay alguien, un alma grande, un Señor, un padre a quien mi corazón adora y que me quiere a mí!

EL DIABLO

Tú deseas que Dios no sea dios, pues si Él sintiese amor, cólera o compasión, pasaría de su perfección a otra perfección mayor o más pequeña. No puede Dios descender a un sentimiento, ni encarcelarse dentro de una forma.

ANTONIO

No obstante, yo lo veré algún día...

EL DIABLO

Junto con los Bienaventurados, ¿no es así? ¡Cuando lo finito goce de lo infinito, en un lugar limitado que encierra a lo absoluto!

ANTONIO

No importa, es menester que exista un paraíso para el bien y un infierno para el mal.

EL DIABLO

¿Acaso es la exigencia de tu razón la que hace las leyes de las cosas? ¡Sin duda, el mal le es indiferente a Dios puesto que la tierra se halla invadida por él!

¿Acaso dios lo tolera por impotencia o lo conserva por crueldad?

¿Te imaginas que Él está continuamente reajustando el mundo como obra imperfecta y que vigila los movimientos de todas las criaturas, desde el vuelo de la mariposa hasta el pensamiento del hombre?

Si Él ha creado el universo, su providencia es superflua. Si la Providencia existe, entonces la creación es defectuosa.

Pero el mal y el bien no te conciernen sino a ti, igual que el día y la noche, el placer y la pena, la muerte y el nacimiento, que son relativos a un rincón de la inmensidad, a un medio especial, a un interés particular., puesto que sólo el infinito es permanente, existe el infinito, y nada más!

El Diablo ha ido extendiendo progresivamente sus alas; ahora cubren todo el espacio.

ANTONIO ya no ve nada y desfallece

Un frío horrible me hiela hasta el fondo del alma. ¡Es superior incluso al dolor! Es como una muerte más profunda que la muerte. Me pierdo en la inmensidad de las tinieblas. Penetran en mí. ¡Mi conciencia estalla bajo esta dilatación de la nada!

EL DIABLO

Pero las cosas que te ocurren sólo lo hacen por mediación de tu espíritu. Al igual que un espejo cóncavo, deforma los objetos, y tú careces de medios para comprobar su exactitud.

Jamás conocerás el universo en su total extensión; por consiguiente, no puedes hacerte una idea de su causa, ni tener una noción justa de Dios, ni siquiera decir que el Universo es infinito, pues primero tendrías que conocer el Infinito...

La Forma quizá sea un error de tus sentidos, la Sustancia, una figuración de tu pensamiento.

A menos que al ser el mundo un perpetuo fluir de las cosas, la verdad sea la apariencia, y la ilusión, la única realidad.

Pero, ¿estás al menos seguro de que ves? ¿Estás seguro de que vives? ¿Tal vez no haya nada a tu alrededor?

El Diablo ha agarrado a Antonio y, sosteniéndolo en vilo, lo mira abriendo la boca, dispuesto a devorarlo.

¡Adórame, pues! ¡Y maldice a ese fantasma a quien tú llamas Dios!

Antonio alza los ojos al cielo en un último gesto de esperanza.

El Diablo lo suelta.

 

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