EL
JARDÍN DE LAS DELICIAS (selección) – Marco Denevi
Un
amor contra natura
Festejado
fue siempre el fervor erótico de los habitantes de Citeres, la isla consagrada a
Afrodita. «Aquí todo está permitido», decían, «con la condición de que culmine
en la cópula, pues de lo contrario es puro vicio».
De modo que
aquel espectáculo los espantó. Durante varios días, en la playa, a la plena luz
del sol, dos viciosos se abrazaban, se besaban, se acariciaban. El, en opulenta
erección, rugía de magnífico ardor. Ella lanzaba maravillosos himnos obscenos.
Hasta ahí todo estaba en regla y no había nada que decir. Pero después de una
hora de preparativos él regresaba al bosque y ella se iba a nadar en las aguas
del mar cretense. Los pobladores de Citeres no toleraron tanto escándalo y el
centauro y
la sirena fueron
conducidos a la cárcel.
…….
La
historia viene de lejos
El
primero que lo dijo no fue Diógenes el cínico sino el cíclope Polifemo.
Interrogado por
Ulises sobre las razones de su misoginia, Polifemo pronunció el famoso
discurso:
«Tener
relaciones sexuales con una prostituta cuesta dinero y puede costarte la salud.
Tenerlas con una virgen te hace correr el riesgo de que los padres te obliguen
a casarte. Amar a tu propia mujer es aburrido. A la ajena, peligroso. A un
hombre, repugnante. Yo me libro de todos esos inconvenientes gracias a mi mano
derecha».
Y añadió: «Te
aclaro, por las dudas, que mi mano derecha no practica el adulterio».
Ulises bromeó:
«¿Y tu mano izquierda?».
Polifemo bajó la
voz: «No lo repitas, pero soy bígamo».
Las carcajadas
del risueño Ulises interrumpieron la siesta de los dioses.
…………………
Vodevil
griego
Homero,
melindroso, apenas si lo da a entender. Otros poetas lo admiten sin tapujos.
Y bien: Aquiles
y Patroclo eran amantes. Ecmágoras nos ha revelado cómo comenzó esta historia.
Obligado a
casarse con su prima segunda, la princesa Ifigenia, pero prendado de la esclava
Polixena, Aquiles recurrió a una artimaña. Hizo que Polixena durmiese en un
cuarto contiguo a la alcoba matrimonial y todas las noches, antes de acostarse
con Ifigenia, se acostaba con la esclava. Al borde de alcanzar el deleite se
levantaba, corría al lecho de Ifigenia y en un santiamén cumplía con sus
deberes conyugales.
Ignorante del
ardid, Ifigenia estaba encantada con aquel marido que aparecía en el dormitorio
ya provisto de tanto ardor que a ella no le daba tiempo para nada. Pero al cabo
de unos cuantos días, o más bien de unas cuantas noches, se hartó de ese apuro que
a ella le dejaba en ayunas de la voluptuosidad, y empezó a lloriquear y a
regañar a Aquiles.
Polixena, por su
parte, también lloraba y se quejaba porque Aquiles la abandonaba justo en los
umbrales del placer. Hastiado de que las dos mujeres le hiciesen escenas,
Aquiles pidió la colaboración de su íntimo amigo Patroclo. Entre ambos tramaron
un plan y desde entonces las cosas mejoraron mucho para todos. En la oscuridad,
mientras Aquiles se regocijaba con Polixena, Patroclo entretenía a Ifigenia. En
el momento exacto, y para evitar que Ifigenia tuviese una prole bastarda, Aquiles
y Patroclo canjeaban sus respectivas ubicaciones. La falta de luz permitía que
ese constante ir
y venir no fuese advertido por las dos mujeres, quienes durante el día andaban
de muy buen humor. Pero todas las noches Aquiles y Patroclo se cruzaban desnudos
y excitados en el vano de la puerta entre ambas habitaciones.
Una noche
tropezaron, otra noche fue un manotazo en broma, otra noche fue una caricia,
otra noche fue un beso al pasar, y un día Aquiles y Patroclo anunciaron que se iban
a la guerra de Troya.
Lo demás es
harto sabido.
……………
Justicia
En
la nación de los feacios el adulterio cometido por la mujer estaba castigado
con la pena de muerte (al hombre se le propinaba una reprimenda, pero sólo si
su cómplice era fea).
Nausicaa se
libró de morir ajusticiada porque delante de los jueces se excusó diciendo:
«No recaí en el
adulterio sino en la gula», y levantó la túnica de su amante hasta más arriba
del pubis.
Como la gula no
es un delito, los jueces dejaron en libertad a Nausicaa pero confiscaron al amante.
EXCELENTES RELATOS CON MUCHO HUMOR Adriana
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