martes, 17 de agosto de 2021

Si nadie habla de las cosas que importan, comentario

 "Lo que leo lo cuento: Si nadie habla de las cosas que importan (Jon McGregor)" https://loqueleolocuento.blogspot.com/2016/09/si-nadie-habla-de-las-cosas-que.html?m=1

Título original: If nobody speaks of remarkable things
Traductores: Libertad Aguilera y Gabriel Dols
Páginas: 285
Publicación: 2002 (2006)
Editorial: 
Salamandra
Sinopsis: Una calle cualquiera de una ciudad del norte de Inglaterra el último domingo de verano. Las escenas se suceden como si fuesen polaroids pegadas sobre una cartulina: estudiantes que hacen las maletas sin saber qué les depara el futuro; niños que entran y salen corriendo de sus casas; jóvenes que empiezan a despertar tras pasar la noche de fiesta; un hombre que pinta de azul pálido las ventanas de su casa; un matrimonio que se encierra en su dormitorio para hacer el amor; una pareja de ancianos que se prepara para celebrar su aniversario...

Si nadie habla de las cosas que importan, ¿cómo pueden llamarse importantes?

Hay libros cuyo título suponen páginas y páginas de pensamientos en tu cabeza. Leo el título de este libro, “Si nadie habla de las cosas que importan”, y veo una invitación, unos puntos suspensivos que inevitablemente recorro dando saltitos de uno a otro hasta llegar al último y saltar al vacío. Antes de leer el libro, mi mente ya ha escrito otro sobre qué sucede si nadie habla de las cosas que importan y por qué no hablamos de las cosas que importan. Y qué es lo importante y qué no. Y qué sucede cuando hablas de las cosas que importan.

Ella le dijo cuéntame nuestra historia, cuéntamela como se la contarás a nuestros hijos cuando te pregunten.

Historias. Somos historias, sumas (y restas) de historias, propias y ajenas, que nos hacen. ¿Las contamos? Algunas sí, otras no. ¿Por qué callamos algunas cosas? ¿Por qué necesitamos hablar de otras? Probablemente muchas veces esperamos que alguien nos tienda un puente sin necesidad de pedirlo, que alguien note (sienta), por ejemplo, que algo no va bien sin que haya necesidad de palabras por medio, como si bastara con escuchar que el corazón se ha detenido, como si fuera posible que alguien escuchara realmente los latidos (o su ausencia) de tu corazón. Y tendiera el puente. Y tú lo atravesaras. (¿De verdad pasan estas cosas?)

A veces parece que poner palabras a lo que sentimos o pensamos lo convierte en algo real. Y sin embargo la verdad suele estar en lo que se calla, en los silencios, en los microgestos que suelen pasar desapercibidos, aunque supongan la clave que desentraña nuestro enigma interior. Los hechos cuentan (Facta, non verba) pero lo que callamos dice tanto de quienes somos... Estar hecha de muchos silencios da qué pensar. Algo no puede ir bien. Algo acabará por no ir bien.

Nada cambia. Divago. Pero estoy hablando del libro. De su contenido, o al menos de lo que yo vi (que a lo mejor ni siquiera es el contenido).

Una vez atravesado el desierto generado únicamente por el título, empiezo a leer. Y me bastan pocos párrafos para saber que estoy ante un libro diferente, no convencional, y una forma de contar diferente. Que escribe bien Jon McGregor. Muy bien. Prosa lírica le dicen. Un inicio espectacular, sensorial, escuchando el despertar de una ciudad de la mano de McGregor, que da otra dimensión (más relevante) a cada sonido que una ciudad genera, hasta llegar a un silencio cuya fugacidad lo convierte casi en inexistente.

Es una historia de conexiones. De cómo no somos ajenos a los ajenos. De alguna forma algo nos conecta con propios y extraños. Pasos necesarios que nos llevan de un lugar a otro y a personas anónimas, de las que no conoces el nombre siquiera, pero que han pasado por tu vida, fugazmente tal vez o de forma más constante (¿conocemos el nombre de todos nuestros vecinos, de los trabajadores del supermercado al que vamos habitualmente…?) y, quién sabe, algo que hicieron o no hicieron, dijeron o no dijeron, ha provocado una sombra o una luz en nuestras vidas. Y nosotros sin saberlo. Es casi magia.

Es como si McGregor hubiera cogido una fotografía, una imagen fija, estática, de una calle cualquiera. Un momento, una postal, una calle, la gente, los vecinos, los coches, los niños, el mobiliario urbano habitual, las casas, sus puertas y ventanas. Y a partir de ahí, hacia delante y hacia atrás, se desmigaja lo que sucede hasta llegar a ese momento, y lo que sucede tiempo después. El tan conocido 
efecto mariposa. Al que si añadimos la fascinante hipótesis de los seis grados de separación ya tenemos material en el que pensar. Añadimos los ingredientes de las historias de los personajes (lo que ven, lo que son, sus vidas, lo que hablan, lo que callan), los silencios que construimos y que a veces nos destruyen, y tenemos Si nadie habla de las cosas que importan. Y más cosas, claro, porque cada libro dice algo al lector que es único y es personal. Miradas, formas de mirar. Puedes ver. O no.

No habla de esas cosas con la gente, allí no hay nadie con quien hablar de ellas, nadie que las sepa. Si le preguntaban, decía bien en general, en general estoy bien, va bien. Pero hay veces en que siente demasiado, en que si pudiera contárselo a alguien, diría no puedo soportarlo más quiero arrancar el papel de las paredes e hincarme de rodillas y machacar el suelo con mis puños inútiles y destrozados.

La lectura deja cierto poso de tristeza. O tal vez ese poso lo tenga incrustado en mí como una lapa. Es un libro magnífico al que únicamente puedo reprochar ciertos círculos concéntricos hacia mitad de la lectura y un exceso de dicen y digo que en algún momento me chirriaban innecesariamente. Pero McGregor pone el acento en los detalles, en lo cotidiano, en lo que omitimos y silenciamos, también en lo que ninguneamos. En lo invisible. Y eso, a mí, siempre me hechiza.
(
©AnaBlasfuemia)

Ana Blasfuemia en 12:04

 


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